Para los que se atreven a cambiar su estrategia de siempre

“Érase una vez dos miembros de una tribu de cazadores que se habían cansado de seguir las órdenes del jefe, un autoritario que acaparaba todos los beneficios del trabajo del clan. Los dos jóvenes decidieron separarse del grupo, acompañados de sus respectivas esposas. Se llevaron una parte razonable de las reservas de comida y desaparecieron en plena noche.

El plan original era crear un nuevo grupo de cuatro individuos, pero los dos varones no se ponían de acuerdo sobre la forma de actuar. Como no podían volver a la tribu, optaron por irse cada uno por su lado. Sin embargo, acordaron para volver a encontrarse en el mismo lugar, dos lunas más tarde, para saber cómo les había ido.

El primero de los hombres tenía muy claro su plan: cazar una presa grande para disponer de comida, pieles y huesos que podría usar para hacerse con alguna de las tribus menos importantes de la zona. A partir de allí dispondría de otros cazadores y podría ir aumentando su influencia como jefe, hasta quizás remplazar al líder del clan del que había desertado.

El joven era uno de los más hábiles de su tribu, y dominaba perfectamente el arte de atrapar grandes presas. Bastaba con estudiar las principales rutas de paso de las manadas de la zona, cavar una fosa grande y esperar pacientemente a que cayera algún animal. Incluso sabía cómo esconderse para sorprender a las presas y que se dirigiesen sin cuidado hasta el hoyo. También era hábil con las manos y sabía hacer las herramientas necesarias para cavar, y fuerte para desplazar la tierra más rápido que cualquier otro hombre del clan.

Dedicó los dos primeros días a estudiar la zona, revisando huellas y observando las costumbres de los animales. El tercer día lo empleó a preparar las herramientas para cavar.

El cuarto día empezó el trabajo físico y notó como le costaba más de lo habitual. Su pala se desajustaba cada rato. En este momento recordó como el más viejo del clan siempre revisaba y reforzaba las herramientas antes de entregárselas a los jóvenes. Hasta el momento siempre había pensado que el anciano era un viejo perfeccionista que solo quería algo de protagonismo, pero ahora se daba cuenta que aportaba valor.

Con las interrupciones para volver a asegurar la pala, el hoyo no crecía tan rápido como de costumbre. El hombre había contado con tardar más, porque trabajaba solo, pero se dio cuenta de que también empleaba mucho tiempo en mover la tierra desde la trampa a una zona más alejada, para que los animales no sospecharan. Eso en la tribu lo hacían los más jóvenes y los más antiguos, y se dio cuenta que no era un trabajo tan fácil como imaginaba. Las canastas pesaban y el trayecto, aunque muy corto, se hacía largo por las muchas idas y vueltas.

Con tanto esfuerzo, tenía que comer más, beber más y descansar más. El orgulloso cazador incluso tuvo que resignarse a pedirle a su esposa que le ayudara a mover la tierra. Ella se lo había propuesta desde el inicio, pero en la tribu la caza era cosa de hombres, y solo cuando vio que el alimento decrecía más rápido que se profundizaba el hoyo aceptó a regañadientes. Sin embargo, la mujer no tenía la misma fuerza que los cazadores mayores o jóvenes, lo que la obligaba a llenar menos la canasta y a hacer más trayectos.

Pasaron los días, y cuando las reservas estaban a punto de acabar, finalmente el cazador pudo tapar el hoyo con camuflaje de ramas y hojas. Ahora solo quedaba esperar.

Pero pasar tanto tiempo cavando una trampa no era efectivo. Con la tribu era cuestión de unas horas, y el trabajo pasaba desapercibido. No fue así con este intento. Los animales acostumbrados a pasar por la zona, habían detectado la presencia humana durante varios días, y simplemente, ya no usaban este camino.

El primer cazador y su esposa esperaron en vano. Su trampa, que tanto les había costado, no atrapó a ningún animal. Sobrevivieron como pudieron durante semanas, alimentándose de bayas, insectos. Intentaron coger a pequeños animales, pero los cazadores de la tribu no sabían cazar pequeñas presas, y tras sobrevivir a un envenenamiento con frutas salvaje, la pareja volvió al punto de encuentro. Estaban débiles, cansados, desilusionados y hambrientos.

El segundo cazador no era ni tan fuerte ni tan hábil como el primero, pero cuando habían hablado de trabajar juntos, no le había convencido la idea de construir una trampa. Había visto como los miembros de otra tribu cazaban con arcos, y quería aprender. Después de separarse del grupo y de su compañero, se dirigió con su esposa hacia el clan de los arqueros. Cambio una pequeña parte de su reserva de comida por un arco viejo y unas instrucciones de uso para cazar y hacer flechas, y se lanzó a probar.

Los primeros días, disparó a muchos animales pero no consiguió alcanzar a ninguno. Perdió muchas flechas, pero comprobó como en muchos intentos podía recuperar el proyectil para otros usos, y de todos modos, fabricar nuevos no era tan complicado. Fue comiendo con su esposa de las reservas durante varios días, pero finalmente, probando suerte encontraron una técnica para cazar aves. Cuando encontraban a un faisán o una gallina salvaje, ambos se acercaban lo máximo posible, desde dos puntos. Una vez el cazador estaba listo, la mujer avanzaba para espantar el animal. En el momento del despegue el joven tenía una oportunidad de acierto, y tras varios intentos infructuosos, lo consiguió.

Cuando perfeccionaron sus técnicas, se dieron cuenta que a pesar de cazar animales pequeños conseguían más comida de la que necesitaban, y se dedicaron a intercambiar el exceso por herramientas y otro arco. El joven enseño a su esposa a cazar y compartiendo experiencias y trucos, aprendieron a matar cualquier animal que un arco podía derribar.

Bien equipados y con las reservas de comida llenas, se dirigieron al punto de encuentro.

Cuando vio en qué estado se encontraba su compañero, el segundo cazador se apiadó de su situación y compartió parte de su comida. La otra pareja se quedó descansando unos días, mientras los dos arqueros seguían abasteciéndoles de comida. Cuando el primer cazador se repuso le dijo al otro:

“Agradezco que me hayas ayudado, y la verdad que no te ha ido mal con el arco. Pero vamos, tú y yo somos cazadores de presas grandes. Fui presuntuoso al pensar que podía lograrlo yo solo, pero si no te hubieras ido por tu cuenta y me hubieras ayudado, lo hubiéramos logrado. Y todavía estamos a tiempo. Ven conmigo. No puedes vivir esta vida de arquero matando aves y conejos. Hasta has tenido que ser ayudado por tu esposa…”

Entonces el segundo joven le contestó: “Lo siento. Te ayudé porque me apiadé de ti. Pero ahora que te he salvado, ¿cuestionas mis decisiones y quieres convencerme de optar por una estrategia que te llevó al borde de la muerte? Si quieres quedarte, bien, pero tendrás que aprender a usar el arco y a seguir mis directrices. Y sino, puedes ir adónde quieras. Pero no voy a seguir manteniéndote ni darte más comida a cambio de nada.”

 (relato original de Antoine Kerfant publicado en https://crearmiempresa.es/article-los-dos-cazadores-117915645.html)

Este relato, que amablemente el autor me ha autorizado a publicar, nos inspira varios aprendizajes para los emprendedores:

  • Sé humilde, no empieces a lo grande y adapta los métodos que conoces a tu tamaño
  • Pide ayuda, aprende y olvida tus viejos esquemas mentales
  • Y sobre todo no te empeñes en mantener un modelo que no te funciona.   

Y estos aprendizajes son también válidos para las empresas consolidadas que emprenden nuevos proyectos o tienen que adaptarse a un mercado cambiante. Es fundamental empezar probando, aprender, dejarse ayudar y estar abierto a cambiar de modelos productivos. ¿Cuántas veces nos obcecamos en nuestra empresa por seguir el patrón de lo que ya sabemos y que siempre ha funcionado? Hay que ser consciente de que si no cambias, te cambian. Lo que antes funcionaba con una dimensión de empresa y de mercado determinada ahora puede ser una estrategia quemada; y con medios más ligeros y flexibles  los nuevos “cazadores” más atrevidos pueden conseguir progresar en un nuevo escenario. Tú eliges: construir pesadas “trampas” para atraer a los clientes grandes de siempre o aprender a usar el arco para “cazar” clientes más pequeños, pero en mayor cantidad. No hay una estrategia correcta, pero sí debes pensar en la más adecuada para tu negocio.

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