Para aquellos emprendedores con miedo a perder su supuesta seguridad actual.

“Érase una vez, un sabio que recorría con su discípulo unas tierras casi despobladas y  al sentirse cansados  decidieron acercarse a  la única choza que vieron habitada. En aquella choza vivía una familia muy pobre, compuesta por los padres, unos hijos famélicos y una vaca tan flaca que casi en vez de dar leche daba pena.  

El sabio le preguntó al padre de la familia: “En este lugar no hay nada ¿de qué viven? El padre respondió: “Tenemos una vaca que nos da leche todos los días. Y ella cubre todas nuestras necesidades. Con una parte hacemos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo y una pequeña parte la vendemos o la cambiamos por otras cosas.”

Aquella familia compartió con el sabio y su discípulo lo poco que tenía y el  sabio agradeció su hospitalidad, y se despidió al anochecer de la familia. El discípulo le preguntó a su maestro, “¿cómo podremos corresponder la generosidad de esta pobre familia?” y el sabio le contestó: “Vuelve, ahora que están dormidos, coge la vaca y empújala por aquel barranco”. El discípulo le contestó espantado: “¿Pero cómo voy a hacer yo eso? Esa vaca es lo único que tienen para sobrevivir.”. Pero el maestro, con mucha calma le insistió: “Vuelve, coge la vaca y empújala por aquel barranco”. El discípulo, triste y compungido, obedeció, sin entender la actitud de su maestro.

Aquella noche le dejó marcado al joven durante algunos años,  con un terrible sentimiento de culpa por lo que había hecho, así que  al cabo de varios años, cuando pudo regresar a esas tierras,  decidió pedir perdón a aquella familia que tan bien les había tratado y a la que tanto mal había hecho.

Sin embargo, cuando llegó a aquel paraje, no reconoció la pobre choza que recordaba y en su  lugar había una casa nueva, con un jardín precioso, con un huerto bien surtido  y muchos animales por todas partes. En un primer momento pensó que aquella familia tan humilde no habría sobrevivido sin la vaca, pero pronto se dio cuenta que aquellos niños que jugaban en el jardín eran los mismos que él había conocido tiempo atrás. Entró en la casa y vio que allí estaban el padre y la madre de la familia, muy felices, y les preguntó: “Hace un tiempo vine y no tenían nada, ¿Cómo han hecho para prosperar de esta manera?”

Y el padre contestó: “Pues mire, antes teníamos una vaca con la que sobrevivíamos,  pero un buen día la vaca desapareció y tuvimos que aprender a hacer otras cosas que ni siquiera sabíamos que podíamos. Nos dimos cuenta que nuestra tierra era fértil para plantar verduras y con las verduras compramos más semillas y algo de ganado, y con los excedentes fuimos ganando dinero que invertimos en una nueva casa en la que alojamos a los caminantes y pudimos ahorrar para tener una vida holgada para nuestros hijos. Nos habíamos conformado con lo que nos daba esa vaca y cuando ya no la tuvimos, pudimos crecer”

(Anónimo)

A mí este relato siempre me ha recordado las historias de los “segundones”, esos hijos más pequeños de las familias rurales vascas, que por las tradiciones del mayorazgo, veían como todo el patrimonio del caserío quedaba en manos del primogénito y ellos se veían en la obligación de emigrar o pasarse como “mantenidos” en casa de sus hermanos toda su vida. Muchos de aquellos emigrantes volvían de su periplo ricos y hacendados o por lo menos habiendo disfrutado de una vida de aventura y pasión, posiblemente más enriquecedora que la del dueño del caserío que se había quedado estancado en el punto inicial, amarrado a su “vaca” particular.

¿Te has parado a pensar cuál es tu vaca? Cuál es esa fuente de ingresos que te mantiene esclavo de tus propios miedos. De tu miedo a perder, de tu miedo al fracaso, de tu miedo al cambio. Somos humanos, y en nuestra biología está el instinto de supervivencia que nos hace bloquearnos ante lo desconocido. Y lo dice uno que ha estado mucho tiempo aferrado a su “vaca flaca” y aún le cuesta soltarla del todo.

No recomiendo tampoco a nadie tirar la vaca al barranco de repente, en un pronto de locura emprendedora. Pero sí ser consciente  de todas las posibilidades que nuestra “vaca” propia nos tapa y no nos deja ver más allá. El miedo al cambio es grande, pero es mejor arrepentirse de haber hecho algo que de no haberlo intentado.

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